ALGO EN COMÚN
Entre él y el autor hay cosas en común: “Descubre muy temprano que nada le importa más que leer. Lee todo lo que puede, lo que encuentra. Le hasta lo que no entiende. Poco a poco, sin duda porque dura más que lo razonable, su comportamiento, hasta entonces ensalzado como un ejemplo de juicio, madurez, civilización, cobra una cierta presencia, se vuelve demasiado visible.” Comparte, además, el drama de “levantar los ojos” en el momento preciso en que “el emblema de la autarquía que es la lectura (mi libro y yo solos contra el mundo) arremete. El autor dice que esa fatídica frase se pronuncia como tragedia infantil y como farsa adulta; lejos, la segunda es la peor porque evidencia el gesto balbuceante de buscar tanteando los anteojos. Y se da cuenta que aquí no coincide porque él usa los mismos anteojos para leer y ver al mundo; considera eso una ventaja más que una tragedia: cuando el mundo lo asquea (muy frecuentemente) el solo hecho de levantarlos a la frente es suficiente par