Comprueba que la
situación de su país es catastrófica. Mientras tanto, todo se dirime entre
abogados y economistas, entre periodistas y periodistas. Se interroga acerca
del traspaso de hombres y mujeres del
pensamiento a la mera defensa de decisiones que perjudican a la mayoría de la
población. Estxs, toman partido por quienes propagan el hambre y la miseria y
pretenden, sentados en sus sillones de asesores, convencer de que la senda
tomada por el sojuzgador es la correcta. ¿Es que no les da vergüenza asentir
decisiones que van a terminar en el mismo lugar de partida? ¿Acaso nos le da
pudor defender a diputados y senadores enriquecidos? Entiende que la última
pregunta podría sonar un tanto moralista, pero no le importa porque en este
orden de cosas prefiere correr el riesgo a quedarse contemplando el desastre. Hasta
se arriesga a que le vuelvan a decir que se aproxima a la línea editorial de La
Nación; abusos de hombres y mujeres de letras: híbridxs culposxs.
Casi todos los aspectos
de la actualidad están organizados alrededor de la mentira, se dice. Sabe que
todo lo que se constituye a través de la mentira acaba, más tarde o más
temprano, en el crimen. Y se apena porque los responsables no son los que
predican las ideas criminales porque aun no ve encarcelados infames
periodistas, ingratxs políticxs, traidorxs escritorxs. Lo que ve es cárceles atiborradas
de desesperación, de condenados antes de nacer. Advierte- lo tiene que hacer
porque en Paris se han creado tribunales inquisidores modernos y no tardaran en
armarse aquí- que no es lo mismo libertad de opinión que delito común cometido
por la prensa.
Se pregunta cómo deben sentirse los hombres y las mujeres que ponen su cuerpo y su pensamiento
en el espacio público para defender efusivamente a dirigentes que declaran
millones de pesos en sus declaraciones juradas mientras millones de
compatriotas no saben si comerán hoy. Cómo es que- se sigue indagando- se llenan
horas de radio y de televisión, se derraman litros de tinta (cae en la
nostalgia del papel) para justificar la tenencia de bienes inmobiliarios
(propiedades) en pocos legisladores. Se toma la cabeza y grita silenciosamente:
¡Qué sarcasmo! ¡Qué ironía! Se sonroja.
Y parece una pavada,
pero lo tiene que decir, lo tiene que preguntar: ¿Cuál es la función social de
los hombres y mujeres de pensamiento? ¿Acaso son la nueva intelligentsia?
Su opinión coincide con
la de muchxs: mientras más elevados estén del suelo, mucho menos van a acercarse
a lxs que sufren. Porque el sufrimiento no es una elección cuando son otrxs lxs
que no lo generan. No quiere abusar de lo que no conoce bien, pero recuerda que
cuando leyó un poco a Freud le quedó marcada la distinción entre dolor
inevitable y evitable; ríe porque se acuerda de la tesis 11 y de “No puedo
callarme” de Zola. Anota el nombre y apellido de muertxs incómodxs para la intelligentsia que lxs evoca cada tanto.
Se dice que todo comienza
cuando no se siente vergüenza al comprobar que vive en un país que vende y
produce alimentos y, sin embargo, la mayoría de la población come una vez al día
y otros tantos se la pasan sin bocado por semanas. Entonces: ¿Qué pretenden después
de esto?-se pregunta.
Más o menos piensa que
quien escribe debe hacerlo en contra de alguna cosa porque a favor es muy fácil
y la cola es larga. Le apetece leer a aquellxs que se resisten a aprobar. Asume
que al cerrar el libro, al terminar la nota, la semilla seca de la
insubordinación reverdece y allí se queda: shockeado. En cambio, aborrece del
santo oficio laico de la prudencia, de la empatía, de la corrección política, de
la comunión de los santos, aborrece de la santa inquisición.
Pues entonces, escribe:
¿Qué pretenden?
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