Felicidad: Dícese del día en el
que Dios, por intermedio de su mejor heraldo, elevó al máximo su gracia divina.
Algunos testimonios cuentan que, en el Estadio Azteca, hace miles de años,
elevado del suelo, el mensajero dejó desparramados un tendal de ingleses. Vestía,
al igual que sus diez compañeros, una camiseta azul y pantalones negros y, vaya
casualidad divina, llevaba el número 10 dibujado en su espalda. Según se pudo
saber, representaban a un país llamado Argentina, una tierra en donde la
felicidad no abundaba. Nada zonzo fue Dios cuando se le ocurrió que el heraldo
naciera en el medio de la miseria provocada por la piratería siempre recurrente
y siempre dañina, siempre tan brillante y tan cautivadora. La acumulación de la
riqueza anglosajona no pagará la deshonra de haber inventado casi todo y que un
negrito bajito, sin mucho estudio, haya echado todo por tierra. Aun se
conservan las voces de los damnificados y lo más interesante de todo es
descubrir que, hasta el día del juicio final, ese tendal caído, afrontó
pesadillas interminables, apocalípticas.
El heraldo cumplió su función y partió a descansar porque otras misiones lo esperan.