martes, 22 de diciembre de 2020

VEO QUE NUNCA TE DIJE CÓMO LEO

 


                                                                                                                                                                                                                                            ¿Y si la relación de la lectura con la vida no fuera de oposición, ni de exclusión, ni de enseñanza, ni de complementariedad, sino-como sabe cualquiera que, con las pestañas ardiendo, se niega a apartar los ojos del libro que las quema-pura y simplemente de histeria?

                                                                                                                                                                                                    Alan Pauls

   

                                                                                                                                                                                         

Veo que nunca te dije cómo leo; hay varios momentos, como casi todo porque nada es unilateral. Algunos dicen que soy un loco, pero hace poco leí que un país se constituye por cómo éste define a la locura. Allí hay de todo, y qué decir de la constitución, y qué de la locura y qué de los discursos y qué de los países. Ya sé muy bien que me olvido de las comas pero intento salir porque es la salida la que da recursos para leer, la  fuga diría. Lo cierto es que la repetición, eso que no se sabe bien qué es pero gravita, poco a poco, tendrá que quedar nula porque nos hace perder. Eso que conocemos como tiempo toma otra dimensión cuando uno es capaz de  perderlo para ganar y no es una nueva ley económica, tampoco es un consejo, es otro estilo de producción. No por nada nos han enseñado a cuidarlo aunque irremediablemente se va  y quizás ahí se defina todo: perderlo todo, gastar la vida.

Entonces lo que sigue seria explicarte cómo lo hago.

Tomo el libro con mis manos, siempre solo, a menos que me digan que la soledad se acaba cuando uno está en compañía de alguien. Yo no admito que así sea, uno puede compartirla pero en definitiva está siempre solo: nacemos solos y morimos solos porque ambos acontecimientos son indefinibles por defecto y así mismo nos constituyen

Mis manos se saben adoctrinadas y es entonces cuando la más hábil recibe todo el peso del libro mientras la otra hace lo que puede, en principio porque sabe que no podrá aguantar todo. Mentiría si te digo que las palabras entran primero por los ojos porque no es útil lo que aprendimos de ellos, los ojos no ven, todos los ojos no necesariamente están preparados para mirar. Antes que nada debes saber que el libro me elige, son otros los que te llevan a él irremediablemente. No es fácil, a mi siempre se me da por pensar en una primer cita en donde todo es improbable, impensado y las mas de las veces tan ridículo como encantador. Sos objeto, pero no cualquier objeto; es la transformación, es la “caosmosis” la que te convierte en sujeto, en un único sujeto metamorfoseado. Entonces es ahí cuando las palabras entran por todos lados, ya nada quedará en pie, ya nada será como era y se derrumban los estúpidos mantras que hacen de uno un humano superpoderoso que todo lo puede. Es lo impensablemente imaginado lo que se cuela y por va por aquello que no se sabe dónde se aloja pero que en un lapsus o en un sueño nos transitan. Si solo entran por los ojos, si solamente mirando las absorbemos, cómo se explica la electricidad que circula cuando se comienza a leer ese libro que te eligió, cómo es que vibra el cuerpo.  

Veo en nuestros papeles que nunca te dije cómo leo. A veces lo hago parado y otras caminando por la calle mientras las personas me esquivan y me dan ganas de detenerlos y contarles qué leo. Pero rápido me doy cuenta que mientras el mundo tiembla yo leo, y aun así, esa actividad que parece lenta, esquiva, sedentaria y con mala fama me revoluciona los sentidos, me modifica, me atraviesa. Y algo hay de común entre el diván y la lectura y es que en ambas actividades nunca se sale indemne. Uno lee y ya no es el mismo, ya deja de ser, pero es complejo pensarlo así porque aprendimos que dejar de ser es otra cosa. Durante el análisis uno entra incompleto y descubre, después de un duro trabajo, que parte de lo oculto, la otra mitad, se deja ver por un rato

Soy consciente de que todo lo que aloja en mi no podría decírtelo aquí porque no alcanzaría para contarte en cuantas partes me ha fragmentado la lectura y tampoco sería coherente con hilo del relato. Muchas veces pienso que la pasión no suele recomendarse y claro cómo va a recomendarse algo que está por encima de la producción. Cómo te van a decir de pequeño que busques tu pasión si solamente dibujando el plan no figurará el dios dinero y qué inconveniente para los que se apasionan por venerarlo.

 A estas alturas temo no poder decir todo lo que sé porque no está a mi alcance, pero sí estoy dispuesto a decirte cómo leo. El costo lo sabemos porque de otro modo cómo se explicaria que las dictaduras hagan cenizas de ese objeto que contiene palabras y no me refiero al libro, me refiero a vos y a mi.

domingo, 13 de diciembre de 2020

EL RIESGO DE PERDERSE

 


 “La infancia es un teatro a oscuras y lleno de fantasía en el que, al cabo de un rato, se encienden las luces de la casa y el brillo te hace parpadear, y luego ves los envoltorios de caramelos debajo de los asientos y las filas para los baños. Ese momento puede suceder en cualquier momento.” Ian Frazier, columnista de New Yorker, escribe un bello texto sobre una de las novelas más interesantes del siglo pasado: “Lolita”. El libro de Nabokov, fue para Frazier el interruptor que encendió las luces del teatro infantil. Suele suceder esto a medida que el tiempo pasa y la mirada comienza a echar un vistazo al pasado para explicar el aquí y ahora.

Hay en el arte una capacidad para encandilar algunos aspectos oscuros de la vida, se supone que lo fugazmente iluminado revelará acontecimientos que pueden ser útiles para minimizar el padecimiento. Pero no es tan fácil, a pesar de que el prospecto de la vida moderna suponga que “vivir feliz” sea una cuestión voluntaria. Sin embargo, en el reverso de ese prospecto se escribe la letra chica cuya lectura no dependerá únicamente de unos buenos lentes. Nuestros ojos no están entrenados para leer el reverso del prospecto porque implica, entre otras cosas, asumir riesgos y no hemos aprendido a tomarlos, a pesar de que sabemos que es un camino peligroso, por lo menos eso nos han dicho.

El teatro oscuro del que nos habla Frazier se sostiene en un escenario de solidas premisas, casi totémicas, halladas en nuestro cuerpo, en nuestra propia voz y que dan cuenta de terribles accidentes del alma; entre los más aterradores que recuerdo es el miedo a perderse. Encontrarse en esa situación, perdido entre desconocidos remite a un terror que hunde el pecho, asfixia, pero asegura que ese miedo lo mantendrá a uno quieto, extremadamente quieto. Hay seguridad con esta huella de que los próximos por venir también serán portadores de ese atributo moderno. Perderse es una mala experiencia, tanto como transitar la pasión. Anne Dufourmantelle insiste en que la pasión es la sustancia misma del riesgo y que esto contiene la capacidad de transformar el silencio en grito. Por eso pienso: ¿Quién de nosotros es capaz de perderse en el terreno de lo incierto? Por ahora pocos, porque la incertidumbre, es un mal augurio para la buena productividad. No tendría que hacer mucho esfuerzo para enumerar la infinita cantidad de veces que me dijeron: “no te muevas de al lado mío porque hay mucha gente y podes perderte; no te vamos a encontrar.” Qué infante aguanta semejante sentencia y qué adulto se animaría a perderse, a dejar la vida tranquila que supone un buen trabajo, una casa grande, un cambio de auto cada 5 años y unas reconfortables vacaciones cada verano; todo circula dentro de lo seguro, pero qué hay del otro lado de la moneda. Lo único cierto es que no hay nada seguro y pensarlo de ese modo revela la fragilidad que nos constituye, nos deja a la vista los agujeros que pensábamos tener bien tapados.

Llega a mi memoria la película ya clásica de Sofía Coppolla en donde la pareja protagonista evoca la incapacidad que nos envuelve para perdernos en los intersticios que la vida nos presenta. Asumirse seguros es la inviabilidad del abandono a uno mismo, a lo que se supone que es uno, dejar tranquilo a ese terror que duerme anestesiado muy adentro de nosotros. Nos protegemos como lo hicieron nuestros padres y madres durante la infancia, el terreno virgen de nuestra existencia, inauguradora de todo lo que podemos ser hoy. El dolor nos habita inevitablemente porque es parte del juego aunque la farmacología se ha encargado de adormecerlo junto con infinidad de presupuestos orientalistas que garantizan una vida sin riesgos ni dolor. Parece una mentira que Alex De Large, personaje fascinante de La naranja mecánica, aparezca en este tiempo con tanta vigencia.

Se cotizan alto la esperanza, la certidumbre, y la seguridad; mientras que la devaluación va por el lado del deseo, de la perdida, de la pasión, de la incertidumbre y de la vida indolora. Hay algo en el teatro de la infancia que no sabemos que existe, sin embargo nos ahoga porque a lo largo de la vida ese run run nos advierte que no hay garantías en el terreno de lo desconocido. Diego de Zama, en la novela de Antonio Di Benedetto, luego de la fatiga que causa la espera, pensó: “Pero hice por ellos lo que nadie hizo por mí: decir, a sus esperanzas, no.”

Prefiero perderme, prefiero no encasillarme ni clasificarme, prefiero no saber qué vendrá, prefiero el verbo antes que el sustantivo, prefiero buscar debajo de las butacas los papelitos que escribía para no sé quién. Extrañarme de mi mismo intentando, como sugiere Alexandra Kohan, “emprender un viaje en el que se intenta escribir lo indecible del deseo y el silencio estridente del amor.”