viernes, 14 de mayo de 2021

EL FUTURO YA FUE


“Estás llamando a un gato con silbidos.
El futuro ya llegó.
Llegó como vos no lo esperabas
todo un palo, ya lo ves.

Patricio Rey



La conjuración, dice Derrida en Espectros de Marx, debería asegurarse de que el muerto no volverá: deprisa, hacer todo lo necesario para que su cadáver permanezca localizado, en lugar seguro, en descomposición allí mismo donde ha sido inhumado, incluso embalsamado como gustaba hacerse en Moscú. Si se aplicara en Argentina, esa conjuración, podríamos decir que aun no ha llegado del todo a concretarse con muchos motivos. Lo novedoso de la historia nacional reciente es, justamente la ausencia de novedades. La síntesis tosca peronismo antiperonismo, hoy variopintamente, llamada grieta, anquilosa cualquier intento de invención.

En su columna semanal, Martin Kohan, comentó un artículo sobre Ezequiel Martínez Estrada firmado nada menos que por David Viñas. La publicación data del año 1954, es decir, peronismo pronto a ser derrocado, o, nacimiento de una nueva oposición. Dentro de esa ruda disputa, se preparaba lo que sería el hospital de niños más grande de América Latina: el albergue Warnes; todo quedó suspendido en 1955 cuando los libertadores golpeaban a un gobierno democráticamente elegido. Una de las cosas por las cuales leo libros y columnas de Kohan es por su pertinencia por estar fuera de lugares comunes.

Leer a Kohan permite pensar las cosas  por fuera de la asfixiante grieta. Admite la presunta idea que invita a cuestionar cuan beneficioso termina siendo para ambos extremos. Recuerdo aun hoy a un hiperquinético Darío Loperfido intentando justificar de manera dificultosa, casi al borde del paroxismo, sus declaraciones negacionistas ante un Kohan extremadamente fino contemplando cómo caía a pedazos su contrincante sin haberse desplazado ni si quiera un solo centímetro.

Curioso porque justamente, la lógica de la grieta inmoviliza, anquilosa. Y si la realidad fuera un conjunto de flujos que van desde un polo a otro y en ese camino atraviesa a las personas, esa muralla interrumpe. Interrumpe no como un desvío sino como un final de recorrido. Pero cada extremo goza a su manera mientras toda la calle del medio pide ser atravesada por los flujos.

La antinomia “peronista - antiperonista”, escribe Kohan, transcurre prolongada o eventualmente agravada por esta cosa tosca llamada grieta, a decir de Viñas, se siente todo cerrado. Desde 1954 hasta nuestros días se dio marcha a una máquina que retroalimenta contradicciones que son hasta ahora paralizantes. Sin adentrarse demasiado en el prototípico argento se ve, aunque invisible, pero no así ausente, el cordón umbilical por donde se alimenta el engendro. Se verifica en forma de gran engranaje cuyo objetivo principal es contener a la ley del valor o teoría del valor, es decir, el trabajo hecho materia; dicho en otras palabras, la explotación constituida en mercancía.

Mark Fisher apesadumbradamente concluía en sus críticas culturales que los futuros próximos parecen hoy cancelados, como parece cancelada la lectura atenta sin que incurra el lector a las decenas de distracciones. Queda la sensación de que todo es más de lo mismo, vale decir, con Kohan, pasó ya un montón de tiempo. La pregunta fácil sería entonces: ¿qué hacer? Por lo pronto, acudir a un objeto que perturbó bastante a ambos lados de la grieta e incluso los acercó celosamente. Esa cosa se encuentra rápido en internet y se llama: El Capital muy distinta a todo el puto ruido que repite como un mantra que el único futuro posible es gringar.


lunes, 3 de mayo de 2021

PRIMEROS EJEMPLARES

 


"La literatura es la vanguardia de un ejercito que retrocede".
Ricardo Piglia

Recuerda que su primer libro fue una biografía bilingüe de Che. Que viajando desde el colegio secundario hasta su casa en el sur de la ciudad, vio que otro estudiante llevaba en sus manos una carpeta número tres negra. En su tapa lucia una calcomanía blanca muy atractiva para sus ojos. Nunca creyó en las señales, pero ese día se dejó llevar por algunas. La famosa foto que Alberto Korda, sin saber que poco tiempo después recorrería el mundo entero, le había sacado al Che contorneaba la carpeta del joven estudiante. Quizás la contemporaneidad de ambos fue la señal más fuerte aunque pensándolo bien, la ligazón más contemporánea era el poco horizonte visualizado.  Caminó las cuadras que lo separaban de la parada de colectivo hasta la puerta de su casa pensando cómo se las arreglaría para reconocer ese rostro. Luego de almorzar y con   algo de plata en el bolsillo salió en busca de algo; aun hoy no se responde para qué llevó plata, pero su idea era conseguir algo parecido o por lo menos algo que se acercara a esa rostro. Cuando llegó a una de las galerías más famosas de su barrio se metió derecho en la librería de usados que compartía medianera con un local de ropa juvenil. Nunca imaginó que ese día iba a ser el principio de un viaje sin final. Ni se le había pasado por su cabeza que esa tarde, ese rostro, esa cosmovisión, orientarían el armado de su mapa subjetivo.

La librería era tan parecida a las otras que conocería que, esa arquitectura quedó grabada en su cabeza. Anotó en su diario años después que en esos lugares se huele a hojas viejas que no solo conservan el paso inminente del tiempo, también alojan huellas imperceptibles a los ojos, sudores y lagrimas secas. Cada libro, escribió, tiene cientos de relecturas, marcas, teléfonos, nombres; cada lector inventa una nueva, incluso, aparecen interpretaciones que ni los propios autores habían pensado. Quizás ahí se esconda el secreto tan presente la vista pero tan oculto por la mirada.

Rojas paredes sostenían estantes blancos bien identificados. En el medio, como casi siempre, las mesas de saldo y novedades colmaban los ojos de los clientes. Detrás de todo eso, un hombre muy parecido a Antonio Di Benedetto sostenía con su mano el borde de una pipa casi apagada. Miró como si supiera adónde estaba y qué  se llevaría. Recorrió cada estante hasta que se colmó de valor para preguntar. Al parecer, el librero sabía bien de quien hablaba así que, tomado del hombro, lo acercó al lugar indicado. Era la primera vez que se enfrentó a un estante de libros, fue la primera vez que pensó en decir: “me llevo todos”. Revisó pero concluyó que cada uno tenía algo que justificaba su compra, además, recuerdan su diario que con la poca plata que tenía en ese momento podía irse con al menos tres libros. Eligió dos, previa recomendación del librero. Uno de ellos era la biografía bilingüe, que hoy día no la aceptaría ni regalada; el otro, algo parecido a un ensayo, polémico, pero, a pesar de eso, extrajo algunos datos bibliográficos para seguir indagando. El libro de Hugo Gambini comenzaba por el final, es decir, por el fusilamiento. Aun lo conserva en su biblioteca, nunca lo recomendaría. El problema surgió cuando el librero le acercó un hermoso álbum de fotos que, lamentablemente quedó en manos inmerecidas. La plata que tenía solo cubría el gasto de dos. Si queres llevártelos, lo desafió el librero, uno no te lo cobro, pero vení a contarme qué te parecieron. Ese fue el trato, creo que fue el primero en su vida.

Ese día inauguró las largas caminatas con libros a cuestas, siempre dos o tres, siempre. También encontró que para esa actividad no necesitaba compañía, al menos para esos ratos; era casi una obligación encontrarse solo para leer. Barthes escribió que uno se da cuenta que está enamorado cuando, estando en compañía, piensa en otra cosa. Le pasó muy pocas veces, incluso no podría enumerar más que dos. Mientras caminaba esa tarde se descubrió leyendo sentado, acostado, semi dormido, viajando, en un velorio, en medio de un llanto hambriento, en los cordones, a la madrugada, al mediodía, a la tarde, a la noche. Una tarde bastó para leerlos. Solo unas horas bastaron para poner en duda todo aquello que sus ojos y oídos habían visto y oído. Aun con todo eso, en las últimas paginas de su diario, se preguntaba qué es un lector.