Desvíos

 



UNO.Un desvío es una forma de correrse del sonido furioso que provoca lo cotidiano. No es lo mismo hablar que decir algo. Uno nunca sabe realmente lo que quiere decir, ni mucho menos lo que le pasa. El desvío sucede como el acontecimiento, como el quiebre de una situación aparentemente natural donde emerge una verdad no considerada hasta ese momento. Las representaciones simbólicas sufren transformaciones que pueden modificar formas y contenidos de vital importancia para el día a día. Una semana atrás dediqué tiempo para ver los documentales de Carmen Castillo después de leer unas conversaciones sumamente potentes y dramáticas con Diego Tatián y Alejandro Cozza. Entre esas hojas, el autor de Spinoza Disidente, inicia el diálogo con un poema que tuve que leer más de una vez porque entre estrofa y estrofa tenía que recuperarme de los fuertes cross en la mandíbula que recibía.


 El poema:

El arte de perder




El arte de perder no cuesta tanto

ir aprendiendo(insisten las cosas

hasta tal punto en perderse, que el llanto por

ellas dura poco). Y el espanto

por perder algo cada día, rosas

que se deshojan, horas, llaves, cuanto

pueda ocurrírsele a uno, no es tanto.

Practica entonces perder más, y goza

del ritmo de la pérdida, su encanto:

pierde ciudades, nombres, y en Lepanto

pierde una mano, un destino, una moza:

nada de eso será para tanto.

Perdí el reloj de mi madre, y el manto

con que cubría mis hombros, la loza

en que tomaba el té,pero igual canto.

Perdí mi tierra, mi rumbo y aguanto

de lo más bien tanta pérdida.Es cosa

de acostumbrarse: no,no es para tanto.

Perderte a ti,por ejemplo,tu encanto

y tu cariño perder,dolorosa

prueba sería,pero nunca tanto

(aunque parezca condena espantosa).

Elisabeth Bishop


Querer perderse es en principio un ademán valiente porque el estado de cosas actual se ensimisma en lo contrario. Mapas, ubicaciones, radares, conexiones, redes, buzones, sugerencias, preferencias, chats inteligentes ordenan la inabarcables bateria de representaciones simbólicas. Entonces, cartografiar los caminos del desvío puede convertirse en un antimapeo de la vida segura. Cuando eso sucede, los programas de la linealidad como único camino para reproducir las condiciones de vida se difuminan. Desubicarse no es aislarse en lo perdido sino reencontrarse con los desviados, incluyendo a los espectros que nos cuentan el pasado. Un desviado puede correr serios peligros de darse cuenta que la lógica del capital se ríe de nuestros propios deseos y de que "el buen vivir" solo es una excusa para que la explotación no duela tanto. Con los ojos de los desviados puede verse el patio trasero de la voracidad de la que somos parte, de la que nos alimentamos y alimentamos todos los días. El miedo a la persona que roba en las calles, que le dispara a un policía, que corta las calles y rutas, que toma tierras en busca de dignidad se disemina en todo nuestro cuerpo hasta enquistarse en la cabeza. Ese pavor instalado permite, porque para eso fue creado, no pensar en los robos y en las miserias que produce la brutalidad del capital.

La elaboración de antimapas o de cartografías del desvío invitan siempre a un viaje, a un desplazamiento permanente. En búsqueda de esos caminos que ya han sido señalado por quienes nos sucedieron fue que tropecé con el libro Lo que nos toca de Carmen Castillo. Un texto audaz que podría confundir tanto al lector conservador como al progresista, al que huye de erudiciones como al que se encierra semanas enteras para leer a Heidegger. Una lectura que requiere relecturas,argumentos, descansos y configuración de redes para poder dimensionar la intensidad de lo conversado. Sobradamente se sabe que lo nuevo no necesariamente es lo diferente, es más, bien podrían ser antónimos. También es de público conocimiento la aversión a la complejidad que requiere pensar el pasado a partir de un disparador en el presente que, al fin y al cabo, es lo único que existe, es lo único que notamos que se nos escapa cuando terminamos de dar un beso.

Tenemos una deuda con el pasado y es, como dice Michel Löwy, una promesa de redención posible.


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