sábado, 24 de junio de 2023

 

Hoy más que suturas son heridas, palabras urgentes. Las circunstancias obligan a buscar palabras que no mucho tiempo atrás podian hacer pensar más allá de la efervecencia del minuto a minuto. En el discurso de despedida de la Biblioteca Nacional, Horacio González dijo lo siguiente: "Saquemos de este momento la fuerza que vamos a pensar para seguir transformando el mundo y nuestra profesión, pero nadie transforma ninguna de esas dos cosas sino se transforma a si mismo (...) entonces seamos artifices de nuestro propio destino y no artificios de las pequeñas ambiciones del otro." Además de la gran pena que no se achica ni retrocede por la ausencia inabarcable de este maestro, nos queda, en la medida que el tiempo pase, aglutinar las fuerzas, nuestras fuerzas para pelear por un programa de país que vuelva a establecer la dignidad a las personas. Ernesto Guevara dijo que la revolución no se hace solamente para distribuir mejor el alimento, sino también para establecer las directrices para un nuevo futuro. Ese horizonte significa un gran desafio porque supone ampliar las fronteras de lo posible dentro de un mommento histórico donde pareciera que las derechas escriben la historia. Ocurre cada vez que la indignación y el enojo enturbian la mirada lejana, donde uno aparece como el único camino posibles por encima del nosotros. Pensar criticamente  equivale a informarse dejando de lado los residuos mediaticos que, dia a dia, mediante docenas de plataformas de entretenimiento crean un imaginario social donde lo más importante es qué ocurrira en el próximo capitulo de la serie más vista según las estadisticas de la propia empresa que las crea. Son palabras y reflexiones urgentes, ya lo anticipe. Por lo tanto, la advertencia es que si la lectura continúa, van a dilusidarse, cada vez con menos disimulo, broncas e indignacios que posiblemente deriven en jugosas incoherencias.

Las formas de entrener conspiran contra las propias costumbres porque acuden a modelos de creación donde se explicita, astutamente, la nulidad de las ideologías cuando son ellas el corazón de las mismos artefactos. De otra manera cómo se puede entender que las series catalanas inunden la plataforma más utilizada en Argentina y cómo es posible que dejemos de lado las capacidades de adaptación que el capitalismo ofrece para convencer y tranquilizar a las luchas más radicales que surgen al calor de los acontecimientos. O ya nadie se pregunta por qué en su catálogo hay una oferta descomunal de temáticas LGBTI+, o acaso los libros más vendidos no operan sobre las subjetividades de las personas que los compran. Porque acá hay una gran diferencia entre quienes lo leen y entre quienes los consumen. Hace muchas décadas atrás, Ariel Dorfman y Armand Mattelart escribieron un libro llamado Para leer al pato Donald donde discutieron con gran inteligencia aspectos de la escructura de entretenimientos que eran en ese momento indiscutibles. Me pregunto en la actualidad quiénes ocupan el puesto que otrora ocuparon los personajes de la multinacional Disney porque, aunque sus inocentes caricaturas están un tanto diluidas, la generado de cosmovisiones sigue vigente. En estos tiempos hay que saber que el entretenimiento no es de ninguna manera apolitico ni se produce para no pensar, sino todo lo contrario. Lo simbólico es tan perverso porque no representa nada y representa todo al mismo tiempo. Quizás, sin datos concretos, el héroe argentino sea un jugador de fútbol cuyos valores extremadamente mercantiles, y eso no es lo peligroso si esa imágen no se utilizara para dominar a partir de la idea del consumo en detrimento de la idea de cooperación.

Las luchas de las mayorias tienen una larga tradicion, pero como ya lo han dejado grabado otrxs, lo que se intenta siempre, desde una simple serie hasta una guerra total, es borrarla para que no queden ejemplos de que se puede vencer. Juntemos fuerzas.

jueves, 15 de junio de 2023


"Si algún sentido tiene este libro, es el de afirmar la necesidad de la paradoja. No estoy siendo nada original, la paradoja es ir contra la opinión general, contra la lógica, es celebrar la contradicción. Cualquier pensador, cualquier crítico, cualquier artista afirmaba (antes) su retórica y su poética, en la desobediencia."                                                                                                                    

                                                                                                                                             Ariana Harwicz
 

Escribir en un blog le da cierto grado de desfachatez a quien lo hace. En primer lugar porque el sitio elegido es anticuado y ya casi nadie lo utiliza como antes. Sin embargo, el anacronismo es un recurso que facilita analizar el presente porque se puede pensar qué esperaban sus creadores en el momento del furor. Mientras una pila de pendientes esperan sobre el escritorio, es tentador preguntarse qué sucedería si lo que aparenta urgente se transformara en algo meramente postergable. Sin duda que muchas de las tareas que se hacen a diario comenzarían a acumularse desmedidamente, sin embargo, una pregunta insiste: ¿Qué ocurriría? Seguramente, agrietaría parcelas de nuestra tan buscada e inexistente paz mental lo que provocaría un gran caos. Esto da pie para rondar por una palabra que se pronuncia con frecuencia para nominar a lo que se halla por fuera de la razón. No me refiero a otra más que a la locura. Como se aprecia en las líneas anteriores, la utilización de verbos transitivos no es solamente una provocación al sistema de corrección que comanda el software que utilizo para escribir estas reflexiones, sino también, para imaginar futuros posibles. Condición que en la actualidad está llamada a ser una herejía al sistema de morales imperante dado que el aquí y ahora moderno ha devastado la noción de pasado, léase de interpretación, tanto o igual que la del porvenir. La noción de locura ha sido profundamente estudiada por eruditos y, es como el amor, una de las categorías más difíciles de analizar puesto que ya se ha dicho casi todo desde los griegos hasta acá aunque sobran productos, incluidos libros y film, que siguen sin decir nada, sin embargo, son atractivas mercancías.

Un maestro es desde el punto de vista de estas líneas alguien que sin ningún superpoder se acerca a lo oscuro para iluminarlo. Gracias a esa virtud poco rentable, llegué al film Fitzcarraldo del director alemán Werner Herzog y aún, mientras tecleo y me río pensando en el remate, sigo con la boca abierta. La desmesura de esa idea es descomunal porque había perdido de vista las instrucciones, transitorias al fin, de cómo se hace cine y, si me aventuro, qué es el cine. Demencialmente, Herzog no solo pone en escena situaciones extraordinarias sin recurrir a efectos multidimensionales, también accede a lo fantástico del lugar donde decide rodar su film. Risueñamente podría decirse que, retrospectivamente hablando, Herzog pensó en el porvenir de la humanidad y en el lugar que habita. La desmesura, el derroche, la locura son algunos de los recursos de los que el arte se alimenta, nutriendo sus mentes más importantes. Un film, una obra de arte, no solamente puede entretener, que no está nada mal, pero, además, puede hacer pensar, otro recurso netamente gratuito, altamente denostado por el consumo de un capitalismo que, sonriente, sigue emitiendo sus mejores señales desde plataformas llamativas. Herzog (la insistencia con el apellido es un recurso arbitrario porque de otra manera no se puede hacer nada) comprueba que, en dos horas y media, un artista puede quejarse de su época sin exhibir ni un gramo de sus miserias, sin elucubrar ideas donde la aniquilación del otro (eso tiene un solo nombre: fascismo) signifique mayor libertad. Herzog se anima a todo porque de eso se trata la vida del artista, aunque el clima de época, tan moderno estéticamente, tan inteligentemente artificial, cancele la desmesura e intente aplacar la idea loca de que no todo el tiempo merece ser convertido en mercancía. 

Matias Casoy, CEO de Rappi, dice orgullosamente que las personas que su empresa explota no son trabajadores formales sino “microempresarios” porque, graciosamente es cierto, disponen de su tiempo. Dada la extensión de las reflexiones, recurso hereje si los hay, se clausuran prometiendo más, mucho más, en exceso, en demasía, a granel hasta que comprendamos cómo Borges escribió Nueva refutación del tiempo considerando que aquí las keywords fueron: fallar, otra, vez.



Continuarán las suturas….bir en un blog le da cierto grado de desfachatez a quien lo hace. En primer lugar porque el sitio elegido es anticuado y ya casi nadie lo utiliza como antes. Sin embargo, el anacronismo es un recurso que facilita analizar el presente porque se puede pensar qué esperaban sus creadores en el momento del furor. Mientras una pila de pendientes esperan sobre el escritorio, es tentador preguntarse qué sucedería si lo que aparenta urgente se transformara en algo meramente postergable. Sin duda que muchas de las tareas que se hacen a diario comenzarían a acumularse desmedidamente, sin embargo, una pregunta insiste: ¿Qué ocurriría? Seguramente, agrietaría parcelas de nuestra tan buscada e inexistente paz mental lo que provocaría un gran caos. Esto da pie para rondar por una palabra que se pronuncia con frecuencia para nominar a lo que se halla por fuera de la razón. No me refiero a otra más que a la locura. Como se aprecia en las líneas anteriores, la utilización de verbos transitivos no es solamente una provocación al sistema de corrección que comanda el software que utilizo para escribir estas reflexiones, sino también, para imaginar futuros posibles. Condición que en la actualidad está llamada a ser una herejía al sistema de morales imperante dado que el aquí y ahora moderno ha devastado la noción de pasado, léase de interpretación, tanto o igual que la del porvenir. La noción de locura ha sido profundamente estudiada por eruditos y, es como el amor, una de las categorías más difíciles de analizar puesto que ya se ha dicho casi todo desde los griegos hasta acá aunque sobran productos, incluidos libros y film, que siguen sin decir nada, sin embargo, son atractivas mercancías.

Un maestro es desde el punto de vista de estas líneas alguien que sin ningún superpoder se acerca a lo oscuro para iluminarlo. Gracias a esa virtud poco rentable, llegué al film Fitzcarraldo del director alemán Werner Herzog y aún, mientras tecleo y me río pensando en el remate, sigo con la boca abierta. La desmesura de esa idea es descomunal porque había perdido de vista las instrucciones, transitorias al fin, de cómo se hace cine y, si me aventuro, qué es el cine. Demencialmente, Herzog no solo pone en escena situaciones extraordinarias sin recurrir a efectos multidimensionales, también accede a lo fantástico del lugar donde decide rodar su film. Risueñamente podría decirse que, retrospectivamente hablando, Herzog pensó en el porvenir de la humanidad y en el lugar que habita. La desmesura, el derroche, la locura son algunos de los recursos de los que el arte se alimenta, nutriendo sus mentes más importantes. Un film, una obra de arte, no solamente puede entretener, que no está nada mal, pero, además, puede hacer pensar, otro recurso netamente gratuito, altamente denostado por el consumo de un capitalismo que, sonriente, sigue emitiendo sus mejores señales desde plataformas llamativas. Herzog (la insistencia con el apellido es un recurso arbitrario porque de otra manera no se puede hacer nada) comprueba que, en dos horas y media, un artista puede quejarse de su época sin exhibir ni un gramo de sus miserias, sin elucubrar ideas donde la aniquilación del otro (eso tiene un solo nombre: fascismo) signifique mayor libertad. Herzog se anima a todo porque de eso se trata la vida del artista, aunque el clima de época, tan moderno estéticamente, tan inteligentemente artificial, cancele la desmesura e intente aplacar la idea loca de que no todo el tiempo merece ser convertido en mercancía. 

Matias Casoy, CEO de Rappi, dice orgullosamente que las personas que su empresa explota no son trabajadores formales sino “microempresarios” porque, graciosamente es cierto, disponen de su tiempo. Dada la extensión de las reflexiones, recurso hereje si los hay, se clausuran prometiendo más, mucho más, en exceso, en demasía, a granel hasta que comprendamos cómo Borges escribió Nueva refutación del tiempo considerando que aquí las keywords fueron: fallar, otra, vez.



Continuarán las suturas….


sábado, 10 de junio de 2023


            

 

                                                                             SUTURAS

 

Pensá en la muerte como un acontecimiento retrospectivo. Esa manera de irle pidiendo cosas al futuro para devolverselas, al final, intactas. Como si uno no hubiera vivido.

Héctor Libertella


 Siempre es difícil hablar de lo que no se ve porque es mucho más sencillo opinar sobre lo que nos presentan ante nuestros ojos porque, como ya lo han dicho pocos, el arte nunca es retinal dado que siempre una obra es una excusa para decir otra cosa. Duchamp lo sabía muy bien porque, de otra manera, no hubiera enviado un mingitorio (firmó con el seudónimo R.Mutt) a un concurso donde él mismo era miembro del jurado sabiendo de antemano que iba a ser rechazado. Un mingitorio, sin querer, reforzó la imbecilidad de lo dado, de cierta inteligencia epocal porque fue el mismo Duchamp el que dijo al poco tiempo: “Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética…” Lo que el ajedrecista francés ejecutó fue una provocación a la comunidad artística de la época, pero esa fábrica de crear sentidos y gustos homogéneos (compruebenlo verificando de qué se habla en las reuniones sociales desde Netflix hasta acá) se lo elevó hasta el día de hoy como una de las más relevantes obras de arte de todos los tiempos. Será por eso y, por mucho más, que, en la actualidad, nadie se sonroja al autodenominarse artista ni al escribir una oración con cuatro comas en un blog que probablemente pocos o nadie lo lea. (Pero en otro momento podré encolumnar algunas ideas sobre la imágen de lxs escritorxs) Por eso, Héctor Libertella, pensó en la figura del caballo de Troya para defender las posiciones que el arte perdía y que aún no cesa de perder porque, más que de vanguardia el arte es una defensa de sí mismo porque ya no ataca. Digo esto porque, de qué manera se puede pensar una obra de arte que cuestione la acumulación capitalista,  si los operadores de la cancelación, esperan con el cuchillo entre los dientes para reforzarla con ahínco creyendo que lo masivo contiene algo de rebeldía.. Duchamp se reía de eso y aún lo seguirá haciendo porque cuando un hombre decide reírse de su época lo que hace es desplazar la risa al futuro que en este caso soy yo y ustedes que leen, es decir, todos nosotros. 

Una obra de arte es más interpretación que mirada, es una excusa para comenzar a buscar lo invisible de un libro, de un film, de una pintura, de una ciudad que va perdiendo su estética en detrimento de una acumulación desmedida. Quizás el arte que se pretende de vanguardia podría ejecutar algunas operaciones en boga como el exceso de imágenes, de palabras, de opiniones, de mercancías para lograr justamente el despilfarro, el derroche. Pero no como gratuidad, sino como, en palabras de Tabarovsky, una estrategia intelectual, como un boicot a la lengua del capitalismo. Recuerdo una conversación que tuve hace poco donde intenté explicar que ciertas palabras o frases, como por ejemplo, conectar, gente, caja de herramientas eran enlaces directos a la lengua del capitalismo. Que las palabras, como decía Oscar Masotta, son valijas donde cada quien pone el contenido que le parezca considerando a ese alguien como el mismo sistema de costumbres y valores que nos obligan a pronunciar, sin saberlo, su propia lengua.



10 de junio del 2023


martes, 6 de junio de 2023

 


SUTURAS

 

Importante: La lineas que van a leerse surgen como consecuencia de la rabia, la humillación y la desesperación que sentimos cuando comprobamos que, por más fuertes que sean nuestros deseos, los planes del exterior no los tienen en cuenta.


Excluyendo las consecuencias más obvias de la pandemia creo que, una de las más efectivas fue, la despolitización del espacio público. El sistema de redes sociales inagotables alienta sin tregua a la desaparición de fronteras de identificación entre lo público y lo privado. Pareciera ya que no hay posibilidad de dilucidar escenas de la vida íntima, porque, todo eso que era ferozmente defendido, la actualidad lo ha monetizado. Sí todo lo personal es político ¿no deberíamos entonces redefinirlo? Con esto no quisiera decir que la época que nos tocó vivir es peor que otras, porque ya lo sabemos desde Borges hasta acá que, a todos los hombres y a todas las mujeres les toca siempre malos tiempos en los que vivir. Sin embargo, nuestro tiempo, por malo que sea, nos da derecho a escribirlo que, dicho sea de paso, es uno de los pocos que quedan. Mucho más si les ocurre como a estas líneas que les esperan el ostracismo del mundo paralelo que nos gusta llamar internet. 

Los tiempos de revolución y de irrupciones políticas y culturales han perdido asquerosamente terreno por el avance de un progresismo que aún no termina de comprenderse, pero se sabe que colabora con la adaptación sistémica de raptos de radicalización . Todos los acontecimientos que ayer fueron radicales en materia política y cultural fueron ajustados a la lengua del capital. Quiere decir que, el mero acto de llamar “gente” a una población acorralada por la inflación y la pobreza, es quitarle el sentido político que podría situarla en otro lugar. Un punto de partida donde se pueda articular la desesperación con procesos creativos que potencien lo que hoy no se puede nombrar. La sintaxis del capitalismo actual no solo se desvive por la acumulacion economica, tambien trabaja sin cesar la acumulacion de capital simbólico. Sin retomar la tradición de las vanguardias artísticas, va a ser muy difícil articular procesos de lucha colectiva porque el mismo sistema de acumulación consumirá cualquier conato de radicalidad. La derecha no tan extrema ha incorporado la lengua de las revoluciones y su apariencia versátil confunde a los que ayer soñaban con una revolución social y cultural. En apariencia, el futuro se vislumbra un tanto nublado y eso no parece tan malo porque la incapacidad de ver el horizonte le es común a todos. Quizás, una literatura radical pueda contribuir a la disputa de la sintaxis de acumulación hegemónica. Pero para que eso ocurra, en palabras de Tabarovsky, tendrá que amargar la fiesta, expandir el malestar, poner entre paréntesis el sentido común predominante, contragolpear la época aunque eso signifique poner en cuestión nuestra propia existencia. 


Continuará…


6 de Junio del 2023


sábado, 3 de junio de 2023

 

Introducción a la esperanza. Luis F. Noé


 SUTURAS


Aclaración: lo que sigue son raptos de belicosidad sin correcciones, sin relecturas, aunque las correcciones y las relecturas, deben hacerse hasta que los callos impidan continuar.


Si se piensa en el espíritu del capitalismo, es difícil eludir a Max Weber. Pero como las líneas que siguen no serán leídas, no voy meterme en un problema que puede herir a especialistas que han invertido tanto tiempo de su vida en conocer a fondo uno o dos autores. Creo que resulta mejor utilizar las palabras con las que Ariana Harwicz decidió nombrar a su último libro: El Ruido de una Época. Lo tomo porque me parece que publicar un ensayo literario en estos tiempos donde ganan por afano las sagas es por lo menos atractivo y se merece un poco de lugar en ese mundo paralelo que nos gusta llamar internet.

Aprendimos que, desde este lejano lugar del mundo, únicamente podemos producir materia prima para que los grandes centros de pensamiento nos devuelvan una teoría mucho más costosa y altamente alejada de nuestras realidades. Sin embargo, la recibimos con los brazos abiertos, con nuestros pulmones henchidos de aires de primer mundo.

Es bastante estimulante escribir un texto pensando en que nadie lo leerá, distinto a un twitteo o a una reducción de la felicidad en Instagram. En Lo que Sobra, Tabarovsky afirma que la literatura tiene que dar un contragolpe a la época porque debe reaccionar a las condiciones opresivas en las cuales se produce y se distribuye. Es sabido el encarecimiento del papel destinado a la producción de libros y el porcentaje con el que se queda cada grupo editorial. ¿Deberíamos seguir publicando libros bajo esas condiciones tan desiguales? Yo creo que sí, pero, con lo que sobra. Implicaría una práctica radical donde la literatura que se escriba sea tan radical que desoriente a los lectores, una que descarte los temas de la época, una que apunte contra los monopolios de buenos modales y de buenas formas de leer y de escribir. Cómo se explica que el conservadurismo del progresismo esté dedicado a cancelar  cualquier ruido que no se acomode a los temas de la agenda confeccionada por él mismo. ¿Qué programa político deja afuera expresiones artísticas radicales? ¿Acaso no han leído a Libertad Demitrópulos, a Osvaldo Lamborghini, a Héctor Libertella? ¿Nunca se han parado frente a una pintura de Yuyo Noé? ¿Se han acercado alguna vez a Antonin Artaud? ¿A qué le temen?

Después de haber tipeado estas preguntas lo único que se me ocurre es pensar en la derrota aunque en cada una de ellas, bajos las ruinas, siempre queda algo por recoger y eso es lo que se pretende en estas anotaciones aleatorias que surgen después de haber leído varios libros que aspiran solamente a una literatura bien escrita, clara, cómoda, fácil de leer, lineal y perfectamente convencional. Reside en estas reflexiones un deseo de transmutación de los criterios de validación de una época, donde la invención y la intervención artística sean, por así decirlo, una afirmación absoluta y potente que no sea irreductible a los ruidos de una época. 

Continuará…

 3 de junio del 2023